Según el abogado español Benigno Blanco, “en el relativismo no se puede educar. Hay que entender que debido a la total ausencia de criterios y valores morales no es posible la educación.” El mundo actual nos bombardea con información, productos, actitudes y filosofías, asegurando que cada una de ellas es la mejor. Esto provoca confusión, especialmente en quienes no han desarrollado sentido crítico para diferenciar lo malo de lo bueno. Es tarea de los padres solo enseñar a los hijos a encontrar lo realmente importante, acorde al proyecto familiar que han elegido.
Cuando una familia tiene claro cuáles son los principios por los que se quieren regir, y estos principios son firmes, no veleta, y además universales, es decir que se aplica a todos sus miembros, se está creando un ambiente mucho más seguro, estable, propicio para vivir virtudes como el respeto, la verdad, la sinceridad y la obediencia. Todas ellas necesarias para lograr un clima adecuado para una convivencia fraterna y pacífica.
Los padres, primeros educadores, enseñan principalmente con su vida. Los hijos se dan cuenta de todo. No se puede dar el discurso sobre que no hay que mentir, y luego decir una mentira para disculpar lo que no se hizo. Papá y mamá deben ponerse de acuerdo y establecer algunas reglas, pocas y claras, que se cumplirán siempre y por todos en casa. Esto además de seguridad, dará a los niños identidad familiar.
Actualmente, conviene recordar la crítica de Platón, que afirmó que sólo la existencia de valores morales absolutos permite la vida digna y la acción política justa. Tener presente el marco de referencia absoluto es necesario “para poder obrar con sabiduría tanto en la privado como en lo público”. Cuantos desmanes se observan en la sociedad por seguir los yo creo, yo decido, a mí me parece, esta es mi verdad y tengo derecho a regirse por el principio de no hacer a otros lo que no quieras que te hagan a ti, pone en perspectiva la figura del otro. Se le ve como a un igual, con sentimientos, necesidades, alegrías, tristezas. Como un ser con quien comparto la misma naturaleza humana, poseedor de derechos y cumplidor de obligaciones. Nos hace realmente humanos, virtuosos y buscadores de la verdad, no nuestra verdad.