Se habla de que la sociedad está en crisis, crisis financiera, crisis de valores, crisis de violencia, crisis de autoridad… Como madre y educadora me preocupa sobre todo esta última porque está en nuestras manos el resolverla y porque tiene muchas consecuencias en la educación.
El ambiente que nos rodea exalta los valores de la comodidad, el placer, la tolerancia, la autorrealización, la libertad, etc. Los padres nos quejamos de lo difícil que nos resulta en este ambiente que los hijos nos respeten, que obedezcan y que hagan buen uso de su libertad. Queremos a nuestros hijos y queremos que lleguen a ser felices pero, ¿estamos ejerciendo nuestra autoridad para educarlos bien?
A veces somos los primeros en tener miedo a exigirles ejerciendo nuestra autoridad, la cual si bien es un derecho, también es una obligación. Si los hijos se quejan porque tienen mucho trabajo o porque sus profesores les exigen demasiado, saltamos en su defensa como si tal cosa fuera un daño, cuando en realidad es la manera en que aprenderán a saborear el gozo y la alegría que provoca un trabajo bien hecho. Invertimos tiempo y energía en consultarles a dónde quieren ir a comer, les damos muchas alternativas para que elijan qué deporte les gustaría practicar y luego estamos ansiosos por satisfacerlos y hasta temerosos de no quedar bien con ellos o de perder su “amistad”. El resultado: hijos caprichosos y tiranos.
¿Por qué nos cuesta establecer reglas y luego exigir que las cumplan? Porque para exigir con autoridad primero tenemos que darles el ejemplo de nuestra conducta coherente, de nuestro prestigio profesional, de nuestro trabajo bien hecho, etc. Nuestros hijos necesitan que les marquemos límites, que les exijamos, que les corrijamos con firmeza, que no significa violencia o rigidez. La autoridad se puede ejercer con alegría, serenidad y, con la convicción de que es indispensable para mostrarles a los hijos lo que vale la pena en la vida. Nos costará trabajo, paciencia, tiempo… pero, ¿quién dijo que educar era fácil? No es fácil pero vale la pena hacerlo con autoridad.